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LA RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIAL
1
Trabajo presentado para el Coloquio Internacion al “¿Cómo impulsar la formación en RSE en la
Universidad Argentina e Iberoamericana?”. Buenos Aires, 29 de mayo de 2007.
“Educación y Responsabilidad Social Empresarial”
Por Juan Carlos Tedesco1
INTRODUCCIÓN
Quisiera, en primer lugar, agradecer y felicitar a los organizadores de este coloquio. Colocar el tema
de la responsabilidad social en la agenda de discusiones de política educativa es una iniciativa de
enorme importancia. Obviamente, la pregunta que todos nos hacemos es ¿porqué hoy es tan
necesario discutir el tema de la responsabilidad social y como promoverla a través de la educación?
Creo que la respuesta a esta pregunta pasa por analizar la complejidad, profundidad y velocidad de
los cambios por los cuales atraviesa la sociedad contemporánea. No es este el lugar ni el momento
para un análisis en profundidad de la sociedad contemporánea. Lo que me interesa estacar es que
los universitarios, los científicos y los intelectuales en general tienden a adoptar dos posturas, ambas
legítimas pero aparentemente opuestas, frente a estos cambios.
Algunos asumen una posición de audacia, expresada a través del anuncio de fenómenos o en la
formulación de hipótesis que implican una ruptura profunda con los paradigmas tradicionales. Otros,
cambio, prefieren la prudencia frente a la provisoriedad de nuestros conocimientos, que rodea la
formulación de nuevas interpretaciones de un fuerte carácter tentativo.
Entre los primeros se encuentran casos como los de F. Fukujama, quien después de haber postulado
el fin de la historia, anuncia el fin del "ser humano" tal como lo conocemos hasta ahora. La evolución
de la biotecnología abriría la posibilidad de pasar a una etapa donde el ser humano ya no sería
producto de la evolución natural sino de la fabricación intencional de los propios seres humanos.
Entre los segundos, J. Habermas, por ejemplo, presentó su libro sobre el porvenir de la naturaleza
humana advirtiendo que se trataba de un "ensayo", en el sentido literal de la palabra, es decir de una
tentativa de análisis que deberá ser continuada y contrastada con el desarrollo de los
acontecimientos y con la propia reflexividad del comportamiento ciudadano frente a estos cambios.
1 Viceministro de Educación, Ciencia y Tecnología de Argentina.
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Trabajo presentado para el Coloquio Internacion al “¿Cómo impulsar la formación en RSE en la
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Las reflexiones sobre la educación están plenamente insertas en este doble movimiento, ya que la
audacia o la prudencia en el uso del conocimiento tienen ahora significativas consecuencias sociales.
A diferencia de otros períodos históricos donde la audacia intelectual podía ejercerse sin demasiadas
consecuencias inmediatas sobre la realidad, ahora la centralidad del conocimiento en la vida social y
la velocidad con la cual las hipótesis científicas se pueden traducir en decisiones políticas, convierten
estas actitudes en posiciones frente a los diferentes cursos posibles de la historia.
Estamos atravesando un período histórico donde los diagnósticos sobre la sociedad así como las
respuestas a dichos diagnósticos, movilizan no sólo conocimientos científicos o técnicos, sino los
sistemas básicos de valores de los ciudadanos y de los grupos sociales. Esta movilización abre
interrogantes inéditos para las políticas educativas, particularmente desde el punto de vista de sus
objetivos y estrategias de acción vinculadas al proceso de formación de la ciudadanía en general y
de las elites dirigentes en particular. En este postulado, la expresión “no sólo” debe ser leída en un
sentido fuerte. No se trata de apelar a los valores en un vacío científico o ideológico-político. Se trata,
en cambio, de aceptar que un enfoque basado sólo en el aporte de la ciencia o de la técnica muestra
sus límites cuando se trata de optar entre alternativas que el conocimiento no alcanza a explicar ni a
resolver.
Los límites de la ciencia y de la técnica han sido percibidos por los analistas de los cambios actuales,
muchos de los cuales han adoptado un enfoque cercano a la filosofía social o la filosofía política.
Esta revalorización de la filosofía intenta superar dos de los rasgos más críticos del paradigma
cognitivo tradicional:
1. La fragmentación impuesta por la lógica de las disciplinas, que trata de ser superada por una
mirada que intenta recuperar la complejidad y la integralidad de los fenómenos humanos. Edgar
Morin nos ha advertido reiteradamente que enseñar a pensar bien, a comprender la complejidad de
los fenómenos, ayuda significativamente para actuar de manera más responsable y conciente. A la
inversa, una educación que separa, que fragmenta los problemas, que los trata de manera
unidimensional, impide tener un juicio correcto y promueve comportamientos irresponsables. Cada
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uno tiende a asumir la responsabilidad de su tarea especializada y no se hace responsable,
solidariamente, de la totalidad.
2. La inmediatez, los enfoques de corto plazo y el énfasis tecnocrático en los procedimientos,
que trata de ser superado por una mirada que intenta colocar la preocupación por el sentido de
nuestras acciones en el centro de las reflexiones tanto individuales como sociales.
Este retorno a la filosofía no es tampoco un mero producto intelectual. Responde a características
objetivas del desarrollo social. Como lo mostraran los análisis de Ulrich Beck, la sociedad
contemporánea está constituyéndose en una sociedad del "riesgo global", que -a diferencia de los
riesgos naturales propios de las sociedades tradicionales, incluida la sociedad industrial - son riesgos
manufacturados por las prácticas científicas y técnicas del hombre. Las prácticas científicas actuales
han invertido la lógica tradicional, donde primero se experimentaba en el laboratorio y luego se
aplicaba en la realidad. Beck nos advierte que en la ciencia actual, primero es necesario aplicar las
teorías y producir ciertos fenómenos, para luego estudiar sus propiedades y características. "Es
preciso producir primero niños probeta, liberar criaturas artificiales genéticamente modificadas y
construir reactores, para poder estudiar sus propiedades y características de seguridad." En un
contexto de este tipo, la ciencia revela sus límites para dar respuestas a las preguntas por el sentido
de nuestras acciones, respuestas que dependen básicamente de la política y de la ética.
El ejercicio del saber social siempre estuvo asociado a opciones éticas, políticas o ideológicas. En las
últimas décadas, sin embargo, el saber social tendió a ejercerse desde el paradigma de las ciencias
sociales, lo cual otorgó a nuestras prácticas profesionales un marco de mayor rigor, exigencias de
coherencia y de contrastación con la información empírica. No se trata de renunciar a estos avances.
Sin embargo, cuando lo que está en juego no son opciones técnicas sino opciones éticas, el
paradigma de la ciencia social muestra sus limitaciones. Como sostuviera I. Wallerstein, la idea de
que el saber científico y el filosófico-humanístico son radicalmente diferentes, como si constituyeran
dos formas intelectualmente opuestas de 'saber' el mundo -algo que a veces se dio en llamar la tesis
de las 'dos culturas' -, no sólo se está volviendo inadecuada como explicación de la masiva transición
social que atravesamos, sino que incluso se convierte en un obstáculo a la hora de enfrentar la crisis
de manera inteligente.
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Desde este punto de vista, es preciso reconocer que las transformaciones sociales que definen este
“nuevo capitalismo” colocan a la justicia social en el centro de nuestros debates. En el capitalismo
industrial tradicional existía lo que los sociólogos denominan solidaridad orgánica. Esta forma de
solidaridad es la que existe en todo organismo, donde las partes actúan articuladamente, pero lo
hacen en forma mecánica. En la sociedad capitalista tradicional estábamos obligados a vivir juntos
porque todos éramos necesarios. Había explotadores y explotados, había dominantes y dominados.
Pero el dominante y el dominado eran necesarios y, por lo tanto, tenían que estar juntos, en lugares
diferentes de la jerarquía pero todos incluidos.
En este nuevo capitalismo, en cambio, tiene lugar un fenómeno relativamente nuevo por su
magnitud, que es el fenómeno de la exclusión social. Las transformaciones en el modelo de
organización del trabajo producidas por el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información
están provocando procesos muy importantes de polarización social y de exclusión. Las relaciones
sociales ya no serían, como en el caso del capitalismo tradicional, relaciones de explotación. La
exclusión o, como lo ha sugerido Robert Castel , la “des-afiliación” a la sociedad de vastos sectores
de población, sería la consecuencia central de este tipo de estructura social. Los excluídos serían
casi “inútiles” desde el punto de vista social y económico y, en ese sentido, no constituirían un actor
social. Instalados en forma permanente en lo precario y en lo inestable, generarían actitudes y
patrones culturales basados en la dificultad de controlar el porvenir. Sus estrategias de supervivencia
“día a día” darían lugar a lo que Castel llama la “cultura de lo aleatorio”. A diferencia de los
trabajadores clásicos, el problema que plantean estos sectores es su mera presencia, pero no sus
proyectos. La des-afiliación podría conceptualizarse no tanto en términos de ausencia completa de
lazos o de relaciones, sino de ausencia de participación en las estructuras que tienen algún sentido
para la sociedad. Desde el punto de vista político, estos niveles tan altos de exclusión sólo podrían
mantenerse con niveles igualmente altos de autoritarismo. Mantener el sistema democrático en una
situación donde un porcentaje significativo de ciudadanos son pasivos desde el punto de vista
económico y donde las formas de integración y cohesión son tan débiles aparece como una tarea
poco probable.
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En este contexto, se justifica el énfasis que hoy estamos obligados a otorgar al tema de la
solidaridad. Parecería que sólo con un esfuerzo consciente y masivo de solidaridad, será posible
superar los determinismos de las lógicas del mercado, que expulsan a una parte importante de la
población de los circuitos de acceso a los bienes y servicios básicos para el desempeño ciudadano y
el desempeño productivo.
Pero las formas de solidaridad, las formas de promover la justicia social, no son ni pueden ser las
mismas que en el pasado. La justicia ya no puede ser ejercida con –usando la feliz expresión de
John Rawls – “el velo de la ignorancia”. La justicia social sólo puede ser eficaz si sacamos la venda
que cubre los ojos de los encargados de administrar justicia. En la justicia social tenemos que saber
a quién le estamos aplicando las medidas, porque si aplicamos la misma medida a todos, podemos
ser profundamente injustos. Hacer justicia hoy, es darles más a los que tienen menos, no lo mismo a
todos. Pero no se trata sólo dar “mas”, sino de tener en cuenta al sujeto que existe detrás de esa
categoría general de “excluìdo”. Desde este punto de vista, es preciso reconocer que son tan
personas los que están arriba como los que están abajo, que existe tanta necesidad de
personalización, de reconocimiento de la individualidad, en unos como en otros, y que no podemos
trabajar con programas masivos, burocráticos, iguales para todos, en nuestras acciones con los
excluídos y dejar las estrategias de educación personalizada, diferenciada, para los que están
incluidos.
La gran pregunta es ¿cómo se hace esto? Obviamente, estamos ante la necesidad de definir
políticas integrales, ya que la exclusión es un fenómeno sistémico. Quiero, sin embargo, referirme a
la dimensión subjetiva de estas estrategias, dimensión que no suele recibir la atención que merece.
LA REPRESENTACIÓN MENTAL DE LA SOLIDARIDAD
Quisiera contar una experiencia que demuestra la importancia que tiene la dimensión subjetiva en
estas estrategias. La experiencia la hizo un grupo de alumnos de EE.UU. y Europa para demostrar lo
difícil que es enseñar solidaridad.
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Se tomó un grupo de alumnos y se les transmitió como única consigna que hiciera un dibujo.
Finalizada la tarea, el maestro recogió los dibujos, eligió uno al azar y les dijo a los alumnos: “Este es
el mejor; y como es el mejor, lo vamos a premiar con mil dólares”. El alumno premiado fue llamado a
recibir el premio y en ese momento el maestro le informa que uno de sus compañeros está muy
enfermo y que sus padres no tienen recursos materiales suficientes para costear su terapia. Dada
esa situación, se ha decidido hacer una colecta de fondos para ayudar a la familia del compañero
enfermo y el maestro le pregunta al alumno premiado su estaría dispuesto a ceder el premio para
ayudar a su compañero. En el 80 u 85 % de los casos lo alumnos aceptaron donar el premio y ser
solidarios.
Pero la experiencia se repite con otro grupo de alumnos a quienes el maestro les pide que hagan un
dibujo pero les anuncia que el mejor va a ser premiado. En este caso los alumnos realizan el dibujo
sabiendo que compiten por un premio. Se repite la misma escena que en el caso anterior: se elige un
dibujo al azar, se llama al premiado, se le explica la situación del compañero enfermo, se le pregunta
si está dispuesto a ceder el premio y, en estos casos, los niveles de solidaridad bajan
significativamente, al 20 o 25%.
¿Qué podemos aprender de esta experiencia? La principal conclusión sería que tenemos una
representación, una concepción de la solidaridad, que se contrapone con la competencia. Somos
solidarios con aquello que conseguimos sin esfuerzo, sin haber competido para lograrlo. Esta
concepción de la solidaridad constituye un factor de significativa importancia en las estrategias
destinadas a promover políticas de inclusión social.
Estas políticas enfrentan el desafío cultural de trabajar sobre las representaciones, sobre los valores
y sobre las concepciones vinculadas a aquello que consideramos propio y aquello que consideramos
común a todos. Pero trabajar sobre cambio de representaciones es complejo, difícil y demanda
acciones de largo plazo.
Por otra parte, la experiencia anterior también nos permite apreciar las dificultades que existen para
generar solidaridad entre los que más tienen. Estos sectores creen que lo que tienen, lo tienen
porque se lo merecen, porque se lo han ganado y, por lo tanto, no están dispuestos a cederlo. En
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este sentido, otro de los grandes desafíos que enfrentamos desde el punto de vista cultural es que
aquellos que están concentrando enormes riquezas comiencen a darse cuenta de que algo de lo que
se están apropiando no les pertenece, sino que nos pertenece a todos.
Pero también sería utópico pensar que un modelo de exclusión y de desigualdad como el que
prefiguran estos análisis pueda ser sostenido en el tiempo sin altos niveles de conflictividad y de
crítica por parte no sólo de los excluidos sino de sectores de población incluida, pero dotada de un
fuerte sentido de responsabilidad social.
En una reflexión relativamente reciente, Lester Thurow llevó este razonamiento de la sustentabilidad
al límite. Refiriéndose a EEUU, Thurow sostuvo que se trata de un modelo de desarrollo económico
de enclave. Parte de la fuerza de trabajo tendrá las habilidades necesarias para integrarse a la nueva
economía, dejando atrás al resto de la fuerza de trabajo. El problema no es que este modelo no vaya
a funcionar sino que, al contrario, va a hacerlo. "Los problemas con el modelo de desarrollo
económico de enclave no son económicos. Podría funcionar para los norteamericanos capacitados
tal como funciona para los ingenieros de software en Bangalur, en India. Los problemas ni siquiera
son realmente políticos. India es un ejemplo de que en los países pueden coexistir grandes
desigualdades internas durante largos periodos de tiempo sin que estallen políticamente. Los
problemas son básicamente morales. ¿Vive uno en una buena sociedad si esa sociedad permite de
manera consciente que una gran parte de sus ciudadanos se vaya del primer mundo y se convierta
efectivamente en trabajadores que ganan salarios del tercer mundo?"
EL PAPEL DE LA RESPONSABILIDAD
La discusión sobre las consecuencias de construir un orden social injusto pone en extrema tensión
una de las características específicas de la condición humana: la capacidad de tomar distancia y
juzgar desde una perspectiva ética nuestras acciones. Dicho en otras palabras, la posibilidad de
asumir la responsabilidad por nuestros propios actos.
La responsabilidad no es sólo un asunto individual. La modernización social ha sido un proceso que
permitió transferir cada vez más la responsabilidad de los hechos sociales a decisiones asumidas
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colectivamente a través de procesos democráticos de negociación y concertación. Responsabilidad y
voluntad de cambio resumen el significado de la dimensión política de la sociedad. El drama de la
sociedad contemporánea es que cuando más se exige de la dimensión política menos posibilidades
está mostrando para enfrentar estos desafíos.
El desencanto de la política es proporcional a la necesidad de asumir políticamente las decisiones
sobre una significativa cantidad de asuntos que antes eran del ámbito privado o directamente no se
presentaban como opciones alternativas. Las explicaciones sobre el proceso que ha llevado a esta
situación son conocidas y se refieren básicamente a la crisis del Estado-Nación y a la crisis de
representación de los ciudadanos a través de los partidos políticos. Pero además de estos procesos,
lo cierto es que también se ha producido un cambio fundamental en la calidad de los problemas que
están hoy sujetos a decisiones políticas. Uno de los problemas centrales que enfrenta actualmente la
gestión política tiene que ver con el hecho que tiene que ocuparse cada vez más de aspectos
tradicionalmente vinculados a la esfera privada, pero tiene que hacerlo respetando la diversidad y la
posibilidad de proyectos individuales. Incluso las decisiones más tradicionalmente políticas, como son
las que tienen que ver con la política económica, afectan directamente los destinos individuales
mucho más que en el pasado. La incertidumbre sobre las posibilidades de empleo, la necesidad de
reconversión profesional permanente, las decisiones de localización de las empresas, etc. afectan
plenamente la vida privada de las personas. Lo público y lo privado están perdiendo las fronteras que
tenían tradicionalmente. Esto ha permitido sostener, por ejemplo, que el re-encantamiento de la
política pasa por advertir el carácter público y colectivo que tiene hoy el ámbito de la esfera privada.
El repliegue sobre la vida privada no tiene, por ello, nada de privado.
Al respecto, resulta pertinente retomar el planteo de Habermas, para quien hoy los ciudadanos se
ven confrontados con cuestiones cuyo peso moral supera ampliamente las cuestiones políticas
tradicionales. Estamos ante la necesidad de "moralizar la especie humana". El desafío que tenemos
por delante es de preservar las condiciones sobre las cuales se basa nuestro reconocimiento de que
actuamos como personas autónomas, como autores responsables de nuestra historia y de nuestra
vida.
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Los niveles de responsabilidad que exigen estas decisiones son inéditos y este aumento de los
niveles de responsabilidad exigidos a las decisiones individuales y sociales se produce al mismo
tiempo que disminuye la posibilidad de promover una moral absoluta, una moral basada en
obligaciones frente a exigencias ya sean de tipo religioso o secular. Vivimos, para usar la expresión
de Gilles Lipovetsky, una etapa de moral "emocional", una moral sin obligaciones ni sanciones, una
moral indolora y no imperativa, adaptada a los nuevos valores de la autonomía individual.
Frente a estos desafíos, el reto que se abre es el que se refiere a la formación de una inteligencia
responsable, que supere la idea de una moral sin base científica y de un desarrollo científico sin
control moral. La primera nos lleva a la impotencia mientras que la segunda nos puede conducir al
desastre. El interrogante que abre esta definición es el que se pregunta por el papel de la educación
en el proceso de formación de ese tipo de inteligencia y de las condiciones sociales que pueden
favorecer su desarrollo.
A manera de conclusión las decisiones que deberán tomar los ciudadanos en el futuro son decisiones
de una envergadura inédita: incluir a todos o no, manipular o no nuestro capital genético, cuidar la
naturaleza, etc. Los niveles de reflexividad que exigen estas decisiones son también muy profundos y
exigen no sólo un fuerte desarrollo cognitivo sino ético y moral.
¿Cuánto de estos niveles de reflexividad pueden ser formados a través de acciones educativas
intencionales y sistemáticas? ¿Qué formas institucionales serán las más apropiadas a esta función?
¿Quienes serán los educadores de estos procesos de formación? La escuela universal y obligatoria a
cargo de maestros formados profesionalmente a través de instituciones educativas especiales fue la
respuesta a la demanda de formación del ciudadano para el Estado-Nación. ¿Será ésta la respuesta
para las demandas de formación del ciudadano reflexivo que demanda el siglo XXI?
Estas preguntas implican también un interrogante acerca de la formación de las elites. Si bien en una
sociedad democrática la distinción entre los miembros de las elites dirigentes y el resto de la
ciudadanía es una distinción dinámica, lo cierto es que la responsabilidad por las decisiones es
mucho mayor en aquellos que manejan áreas más sensibles desde el punto de vista de las
consecuencias de sus decisiones: los científicos, los dirigentes políticos, los dirigentes empresarios.
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Por último, estas decisiones ya no podrán ser limitadas espacialmente al ámbito del territorio local o
nacional. La responsabilidad también asumirá una dimensión internacional y al nivel del género
humano. Como toda etapa crucial de la historia, abre siempre la opción de la incertidumbre o la
esperanza.
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“Educación y Responsabilidad Social Empresarial”
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INTRODUCCIÓN
Quisiera, en primer lugar, agradecer y felicitar a los organizadores de este coloquio. Colocar el tema
de la responsabilidad social en la agenda de discusiones de política educativa es una iniciativa de
enorme importancia. Obviamente, la pregunta que todos nos hacemos es ¿porqué hoy es tan
necesario discutir el tema de la responsabilidad social y como promoverla a través de la educación?
Creo que la respuesta a esta pregunta pasa por analizar la complejidad, profundidad y velocidad de
los cambios por los cuales atraviesa la sociedad contemporánea. No es este el lugar ni el momento
para un análisis en profundidad de la sociedad contemporánea. Lo que me interesa estacar es que
los universitarios, los científicos y los intelectuales en general tienden a adoptar dos posturas, ambas
legítimas pero aparentemente opuestas, frente a estos cambios.
Algunos asumen una posición de audacia, expresada a través del anuncio de fenómenos o en la
formulación de hipótesis que implican una ruptura profunda con los paradigmas tradicionales. Otros,
cambio, prefieren la prudencia frente a la provisoriedad de nuestros conocimientos, que rodea la
formulación de nuevas interpretaciones de un fuerte carácter tentativo.
Entre los primeros se encuentran casos como los de F. Fukujama, quien después de haber postulado
el fin de la historia, anuncia el fin del "ser humano" tal como lo conocemos hasta ahora. La evolución
de la biotecnología abriría la posibilidad de pasar a una etapa donde el ser humano ya no sería
producto de la evolución natural sino de la fabricación intencional de los propios seres humanos.
Entre los segundos, J. Habermas, por ejemplo, presentó su libro sobre el porvenir de la naturaleza
humana advirtiendo que se trataba de un "ensayo", en el sentido literal de la palabra, es decir de una
tentativa de análisis que deberá ser continuada y contrastada con el desarrollo de los
acontecimientos y con la propia reflexividad del comportamiento ciudadano frente a estos cambios.
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Las reflexiones sobre la educación están plenamente insertas en este doble movimiento, ya que la
audacia o la prudencia en el uso del conocimiento tienen ahora significativas consecuencias sociales.
A diferencia de otros períodos históricos donde la audacia intelectual podía ejercerse sin demasiadas
consecuencias inmediatas sobre la realidad, ahora la centralidad del conocimiento en la vida social y
la velocidad con la cual las hipótesis científicas se pueden traducir en decisiones políticas, convierten
estas actitudes en posiciones frente a los diferentes cursos posibles de la historia.
Estamos atravesando un período histórico donde los diagnósticos sobre la sociedad así como las
respuestas a dichos diagnósticos, movilizan no sólo conocimientos científicos o técnicos, sino los
sistemas básicos de valores de los ciudadanos y de los grupos sociales. Esta movilización abre
interrogantes inéditos para las políticas educativas, particularmente desde el punto de vista de sus
objetivos y estrategias de acción vinculadas al proceso de formación de la ciudadanía en general y
de las elites dirigentes en particular. En este postulado, la expresión “no sólo” debe ser leída en un
sentido fuerte. No se trata de apelar a los valores en un vacío científico o ideológico-político. Se trata,
en cambio, de aceptar que un enfoque basado sólo en el aporte de la ciencia o de la técnica muestra
sus límites cuando se trata de optar entre alternativas que el conocimiento no alcanza a explicar ni a
resolver.
Los límites de la ciencia y de la técnica han sido percibidos por los analistas de los cambios actuales,
muchos de los cuales han adoptado un enfoque cercano a la filosofía social o la filosofía política.
Esta revalorización de la filosofía intenta superar dos de los rasgos más críticos del paradigma
cognitivo tradicional:
1. La fragmentación impuesta por la lógica de las disciplinas, que trata de ser superada por una
mirada que intenta recuperar la complejidad y la integralidad de los fenómenos humanos. Edgar
Morin nos ha advertido reiteradamente que enseñar a pensar bien, a comprender la complejidad de
los fenómenos, ayuda significativamente para actuar de manera más responsable y conciente. A la
inversa, una educación que separa, que fragmenta los problemas, que los trata de manera
unidimensional, impide tener un juicio correcto y promueve comportamientos irresponsables. Cada
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uno tiende a asumir la responsabilidad de su tarea especializada y no se hace responsable,
solidariamente, de la totalidad.
2. La inmediatez, los enfoques de corto plazo y el énfasis tecnocrático en los procedimientos,
que trata de ser superado por una mirada que intenta colocar la preocupación por el sentido de
nuestras acciones en el centro de las reflexiones tanto individuales como sociales.
Este retorno a la filosofía no es tampoco un mero producto intelectual. Responde a características
objetivas del desarrollo social. Como lo mostraran los análisis de Ulrich Beck, la sociedad
contemporánea está constituyéndose en una sociedad del "riesgo global", que -a diferencia de los
riesgos naturales propios de las sociedades tradicionales, incluida la sociedad industrial - son riesgos
manufacturados por las prácticas científicas y técnicas del hombre. Las prácticas científicas actuales
han invertido la lógica tradicional, donde primero se experimentaba en el laboratorio y luego se
aplicaba en la realidad. Beck nos advierte que en la ciencia actual, primero es necesario aplicar las
teorías y producir ciertos fenómenos, para luego estudiar sus propiedades y características. "Es
preciso producir primero niños probeta, liberar criaturas artificiales genéticamente modificadas y
construir reactores, para poder estudiar sus propiedades y características de seguridad." En un
contexto de este tipo, la ciencia revela sus límites para dar respuestas a las preguntas por el sentido
de nuestras acciones, respuestas que dependen básicamente de la política y de la ética.
El ejercicio del saber social siempre estuvo asociado a opciones éticas, políticas o ideológicas. En las
últimas décadas, sin embargo, el saber social tendió a ejercerse desde el paradigma de las ciencias
sociales, lo cual otorgó a nuestras prácticas profesionales un marco de mayor rigor, exigencias de
coherencia y de contrastación con la información empírica. No se trata de renunciar a estos avances.
Sin embargo, cuando lo que está en juego no son opciones técnicas sino opciones éticas, el
paradigma de la ciencia social muestra sus limitaciones. Como sostuviera I. Wallerstein, la idea de
que el saber científico y el filosófico-humanístico son radicalmente diferentes, como si constituyeran
dos formas intelectualmente opuestas de 'saber' el mundo -algo que a veces se dio en llamar la tesis
de las 'dos culturas' -, no sólo se está volviendo inadecuada como explicación de la masiva transición
social que atravesamos, sino que incluso se convierte en un obstáculo a la hora de enfrentar la crisis
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Desde este punto de vista, es preciso reconocer que las transformaciones sociales que definen este
“nuevo capitalismo” colocan a la justicia social en el centro de nuestros debates. En el capitalismo
industrial tradicional existía lo que los sociólogos denominan solidaridad orgánica. Esta forma de
solidaridad es la que existe en todo organismo, donde las partes actúan articuladamente, pero lo
hacen en forma mecánica. En la sociedad capitalista tradicional estábamos obligados a vivir juntos
porque todos éramos necesarios. Había explotadores y explotados, había dominantes y dominados.
Pero el dominante y el dominado eran necesarios y, por lo tanto, tenían que estar juntos, en lugares
diferentes de la jerarquía pero todos incluidos.
En este nuevo capitalismo, en cambio, tiene lugar un fenómeno relativamente nuevo por su
magnitud, que es el fenómeno de la exclusión social. Las transformaciones en el modelo de
organización del trabajo producidas por el uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información
están provocando procesos muy importantes de polarización social y de exclusión. Las relaciones
sociales ya no serían, como en el caso del capitalismo tradicional, relaciones de explotación. La
exclusión o, como lo ha sugerido Robert Castel , la “des-afiliación” a la sociedad de vastos sectores
de población, sería la consecuencia central de este tipo de estructura social. Los excluídos serían
casi “inútiles” desde el punto de vista social y económico y, en ese sentido, no constituirían un actor
social. Instalados en forma permanente en lo precario y en lo inestable, generarían actitudes y
patrones culturales basados en la dificultad de controlar el porvenir. Sus estrategias de supervivencia
“día a día” darían lugar a lo que Castel llama la “cultura de lo aleatorio”. A diferencia de los
trabajadores clásicos, el problema que plantean estos sectores es su mera presencia, pero no sus
proyectos. La des-afiliación podría conceptualizarse no tanto en términos de ausencia completa de
lazos o de relaciones, sino de ausencia de participación en las estructuras que tienen algún sentido
para la sociedad. Desde el punto de vista político, estos niveles tan altos de exclusión sólo podrían
mantenerse con niveles igualmente altos de autoritarismo. Mantener el sistema democrático en una
situación donde un porcentaje significativo de ciudadanos son pasivos desde el punto de vista
económico y donde las formas de integración y cohesión son tan débiles aparece como una tarea
poco probable.
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En este contexto, se justifica el énfasis que hoy estamos obligados a otorgar al tema de la
solidaridad. Parecería que sólo con un esfuerzo consciente y masivo de solidaridad, será posible
superar los determinismos de las lógicas del mercado, que expulsan a una parte importante de la
población de los circuitos de acceso a los bienes y servicios básicos para el desempeño ciudadano y
el desempeño productivo.
Pero las formas de solidaridad, las formas de promover la justicia social, no son ni pueden ser las
mismas que en el pasado. La justicia ya no puede ser ejercida con –usando la feliz expresión de
John Rawls – “el velo de la ignorancia”. La justicia social sólo puede ser eficaz si sacamos la venda
que cubre los ojos de los encargados de administrar justicia. En la justicia social tenemos que saber
a quién le estamos aplicando las medidas, porque si aplicamos la misma medida a todos, podemos
ser profundamente injustos. Hacer justicia hoy, es darles más a los que tienen menos, no lo mismo a
todos. Pero no se trata sólo dar “mas”, sino de tener en cuenta al sujeto que existe detrás de esa
categoría general de “excluìdo”. Desde este punto de vista, es preciso reconocer que son tan
personas los que están arriba como los que están abajo, que existe tanta necesidad de
personalización, de reconocimiento de la individualidad, en unos como en otros, y que no podemos
trabajar con programas masivos, burocráticos, iguales para todos, en nuestras acciones con los
excluídos y dejar las estrategias de educación personalizada, diferenciada, para los que están
incluidos.
La gran pregunta es ¿cómo se hace esto? Obviamente, estamos ante la necesidad de definir
políticas integrales, ya que la exclusión es un fenómeno sistémico. Quiero, sin embargo, referirme a
la dimensión subjetiva de estas estrategias, dimensión que no suele recibir la atención que merece.
LA REPRESENTACIÓN MENTAL DE LA SOLIDARIDAD
Quisiera contar una experiencia que demuestra la importancia que tiene la dimensión subjetiva en
estas estrategias. La experiencia la hizo un grupo de alumnos de EE.UU. y Europa para demostrar lo
difícil que es enseñar solidaridad.
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Trabajo presentado para el Coloquio Internacion al “¿Cómo impulsar la formación en RSE en la
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Se tomó un grupo de alumnos y se les transmitió como única consigna que hiciera un dibujo.
Finalizada la tarea, el maestro recogió los dibujos, eligió uno al azar y les dijo a los alumnos: “Este es
el mejor; y como es el mejor, lo vamos a premiar con mil dólares”. El alumno premiado fue llamado a
recibir el premio y en ese momento el maestro le informa que uno de sus compañeros está muy
enfermo y que sus padres no tienen recursos materiales suficientes para costear su terapia. Dada
esa situación, se ha decidido hacer una colecta de fondos para ayudar a la familia del compañero
enfermo y el maestro le pregunta al alumno premiado su estaría dispuesto a ceder el premio para
ayudar a su compañero. En el 80 u 85 % de los casos lo alumnos aceptaron donar el premio y ser
solidarios.
Pero la experiencia se repite con otro grupo de alumnos a quienes el maestro les pide que hagan un
dibujo pero les anuncia que el mejor va a ser premiado. En este caso los alumnos realizan el dibujo
sabiendo que compiten por un premio. Se repite la misma escena que en el caso anterior: se elige un
dibujo al azar, se llama al premiado, se le explica la situación del compañero enfermo, se le pregunta
si está dispuesto a ceder el premio y, en estos casos, los niveles de solidaridad bajan
significativamente, al 20 o 25%.
¿Qué podemos aprender de esta experiencia? La principal conclusión sería que tenemos una
representación, una concepción de la solidaridad, que se contrapone con la competencia. Somos
solidarios con aquello que conseguimos sin esfuerzo, sin haber competido para lograrlo. Esta
concepción de la solidaridad constituye un factor de significativa importancia en las estrategias
destinadas a promover políticas de inclusión social.
Estas políticas enfrentan el desafío cultural de trabajar sobre las representaciones, sobre los valores
y sobre las concepciones vinculadas a aquello que consideramos propio y aquello que consideramos
común a todos. Pero trabajar sobre cambio de representaciones es complejo, difícil y demanda
acciones de largo plazo.
Por otra parte, la experiencia anterior también nos permite apreciar las dificultades que existen para
generar solidaridad entre los que más tienen. Estos sectores creen que lo que tienen, lo tienen
porque se lo merecen, porque se lo han ganado y, por lo tanto, no están dispuestos a cederlo. En
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este sentido, otro de los grandes desafíos que enfrentamos desde el punto de vista cultural es que
aquellos que están concentrando enormes riquezas comiencen a darse cuenta de que algo de lo que
se están apropiando no les pertenece, sino que nos pertenece a todos.
Pero también sería utópico pensar que un modelo de exclusión y de desigualdad como el que
prefiguran estos análisis pueda ser sostenido en el tiempo sin altos niveles de conflictividad y de
crítica por parte no sólo de los excluidos sino de sectores de población incluida, pero dotada de un
fuerte sentido de responsabilidad social.
En una reflexión relativamente reciente, Lester Thurow llevó este razonamiento de la sustentabilidad
al límite. Refiriéndose a EEUU, Thurow sostuvo que se trata de un modelo de desarrollo económico
de enclave. Parte de la fuerza de trabajo tendrá las habilidades necesarias para integrarse a la nueva
economía, dejando atrás al resto de la fuerza de trabajo. El problema no es que este modelo no vaya
a funcionar sino que, al contrario, va a hacerlo. "Los problemas con el modelo de desarrollo
económico de enclave no son económicos. Podría funcionar para los norteamericanos capacitados
tal como funciona para los ingenieros de software en Bangalur, en India. Los problemas ni siquiera
son realmente políticos. India es un ejemplo de que en los países pueden coexistir grandes
desigualdades internas durante largos periodos de tiempo sin que estallen políticamente. Los
problemas son básicamente morales. ¿Vive uno en una buena sociedad si esa sociedad permite de
manera consciente que una gran parte de sus ciudadanos se vaya del primer mundo y se convierta
efectivamente en trabajadores que ganan salarios del tercer mundo?"
EL PAPEL DE LA RESPONSABILIDAD
La discusión sobre las consecuencias de construir un orden social injusto pone en extrema tensión
una de las características específicas de la condición humana: la capacidad de tomar distancia y
juzgar desde una perspectiva ética nuestras acciones. Dicho en otras palabras, la posibilidad de
asumir la responsabilidad por nuestros propios actos.
La responsabilidad no es sólo un asunto individual. La modernización social ha sido un proceso que
permitió transferir cada vez más la responsabilidad de los hechos sociales a decisiones asumidas
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colectivamente a través de procesos democráticos de negociación y concertación. Responsabilidad y
voluntad de cambio resumen el significado de la dimensión política de la sociedad. El drama de la
sociedad contemporánea es que cuando más se exige de la dimensión política menos posibilidades
está mostrando para enfrentar estos desafíos.
El desencanto de la política es proporcional a la necesidad de asumir políticamente las decisiones
sobre una significativa cantidad de asuntos que antes eran del ámbito privado o directamente no se
presentaban como opciones alternativas. Las explicaciones sobre el proceso que ha llevado a esta
situación son conocidas y se refieren básicamente a la crisis del Estado-Nación y a la crisis de
representación de los ciudadanos a través de los partidos políticos. Pero además de estos procesos,
lo cierto es que también se ha producido un cambio fundamental en la calidad de los problemas que
están hoy sujetos a decisiones políticas. Uno de los problemas centrales que enfrenta actualmente la
gestión política tiene que ver con el hecho que tiene que ocuparse cada vez más de aspectos
tradicionalmente vinculados a la esfera privada, pero tiene que hacerlo respetando la diversidad y la
posibilidad de proyectos individuales. Incluso las decisiones más tradicionalmente políticas, como son
las que tienen que ver con la política económica, afectan directamente los destinos individuales
mucho más que en el pasado. La incertidumbre sobre las posibilidades de empleo, la necesidad de
reconversión profesional permanente, las decisiones de localización de las empresas, etc. afectan
plenamente la vida privada de las personas. Lo público y lo privado están perdiendo las fronteras que
tenían tradicionalmente. Esto ha permitido sostener, por ejemplo, que el re-encantamiento de la
política pasa por advertir el carácter público y colectivo que tiene hoy el ámbito de la esfera privada.
El repliegue sobre la vida privada no tiene, por ello, nada de privado.
Al respecto, resulta pertinente retomar el planteo de Habermas, para quien hoy los ciudadanos se
ven confrontados con cuestiones cuyo peso moral supera ampliamente las cuestiones políticas
tradicionales. Estamos ante la necesidad de "moralizar la especie humana". El desafío que tenemos
por delante es de preservar las condiciones sobre las cuales se basa nuestro reconocimiento de que
actuamos como personas autónomas, como autores responsables de nuestra historia y de nuestra
vida.
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Los niveles de responsabilidad que exigen estas decisiones son inéditos y este aumento de los
niveles de responsabilidad exigidos a las decisiones individuales y sociales se produce al mismo
tiempo que disminuye la posibilidad de promover una moral absoluta, una moral basada en
obligaciones frente a exigencias ya sean de tipo religioso o secular. Vivimos, para usar la expresión
de Gilles Lipovetsky, una etapa de moral "emocional", una moral sin obligaciones ni sanciones, una
moral indolora y no imperativa, adaptada a los nuevos valores de la autonomía individual.
Frente a estos desafíos, el reto que se abre es el que se refiere a la formación de una inteligencia
responsable, que supere la idea de una moral sin base científica y de un desarrollo científico sin
control moral. La primera nos lleva a la impotencia mientras que la segunda nos puede conducir al
desastre. El interrogante que abre esta definición es el que se pregunta por el papel de la educación
en el proceso de formación de ese tipo de inteligencia y de las condiciones sociales que pueden
favorecer su desarrollo.
A manera de conclusión las decisiones que deberán tomar los ciudadanos en el futuro son decisiones
de una envergadura inédita: incluir a todos o no, manipular o no nuestro capital genético, cuidar la
naturaleza, etc. Los niveles de reflexividad que exigen estas decisiones son también muy profundos y
exigen no sólo un fuerte desarrollo cognitivo sino ético y moral.
¿Cuánto de estos niveles de reflexividad pueden ser formados a través de acciones educativas
intencionales y sistemáticas? ¿Qué formas institucionales serán las más apropiadas a esta función?
¿Quienes serán los educadores de estos procesos de formación? La escuela universal y obligatoria a
cargo de maestros formados profesionalmente a través de instituciones educativas especiales fue la
respuesta a la demanda de formación del ciudadano para el Estado-Nación. ¿Será ésta la respuesta
para las demandas de formación del ciudadano reflexivo que demanda el siglo XXI?
Estas preguntas implican también un interrogante acerca de la formación de las elites. Si bien en una
sociedad democrática la distinción entre los miembros de las elites dirigentes y el resto de la
ciudadanía es una distinción dinámica, lo cierto es que la responsabilidad por las decisiones es
mucho mayor en aquellos que manejan áreas más sensibles desde el punto de vista de las
consecuencias de sus decisiones: los científicos, los dirigentes políticos, los dirigentes empresarios.
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Por último, estas decisiones ya no podrán ser limitadas espacialmente al ámbito del territorio local o
nacional. La responsabilidad también asumirá una dimensión internacional y al nivel del género
humano. Como toda etapa crucial de la historia, abre siempre la opción de la incertidumbre o la
esperanza.
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